¿LA GALLINA O EL HUEVO? Concierto de PERRO VIEJO. Sala Irish Corner. Madrid, 23 de marzo

0   comentarios

En eso consiste el avance de la humanidad, en resolver los grandes misterios que nos rodean. Pero hay uno elemental que sigue sin resolverse y ese es el de qué vino primero, si la gallina o el huevo. Prueba fehaciente de que sigue sin resolverse esta gran incógnita fue el concierto con el que  una vez más nos deleitaron los Perro Viejo en su interminable y cada vez más decrépita gira que ya viene durando 15 años (digo yo que alguien debería comprobar si este lamentable hecho es inscribible en el libro de los Guiness y al menos este desgate inútil de estos chicos casi adultos no quedaría en balde).

Fer destrozándome el Heroes, para variar.
En la noche de autos, el Expediente X aún sin resolver, provino del hecho de que aún hoy en día es dificil determinar qué vino primero, si el desfase de un público enfervecido (bien sabe diox si por el consumo irresponsable de alcohol o, elemento extraño, porque realmente le encantaba lo que estaba escuchando) o la pérdida de papeles de una banda sobrepasada por la inusitada reacción de un público que por regla general no da ni una sola vez las cuatro palmadas a tiempo en el Wild Rover. El caso es que como los espontáneos que salen de repente en pelotapicá en un acontecimiento deportivo, en un momento que me cuesta recordar (menos mal que decía aquél que no nos estaban dando garrafón...) el público saltó al escenario-biblioteca, se hizo fuerte y ya no hubo quién les echara de ahí. El momento álgido fue una vez más protagonizado por ese tímido guitarrista que se crece y se dispersa con ese siempre muy sentido Sweet child of mine. El Slash, un aficionao a su lado aunque todo el mundo y sin embargo amigo se le hinchaba la boca al afirmar sin ningún atisbo de rubor y hasta la saciedad "en su vida se ha visto David así" al observar qué locas se volvían el grupo de féminas que le rodeaban como si se tratara de un stripper mulato en una despedida de solteras. Ten amigos para esto. Qué sabrán los pobrecicos.

Una rubireflexión de las mías: ¿por qué levantamos y mecemos de un lado a otro los brazos cuando nos gusta una canción? El caso es que, dado que mis manos nunca estaban vacías gracias a la suma incontable de copas que un chico muy simpático no dejaba de facilitarme (yo creo que el tunante quería algo), he de decir en mi defensa que esos copazos los dejé en las camisas de las personas que me rodeaban y no me los bebí en un par de tragos tal y como me acusan después algunos desalmados sin escúpulos.

Bien cierto también es que en el gospeliano Little help from my friends a lo Joe Cocker negruno que borda Paco (que fue, de lejos, el más vitoreado pacopacopacopacopacoooo por esa multitud ya desatada) vertí mínimo otras dos rondas de copazos más en plena exaltación de la amistad. Y la muchachada también apreció y flipó en esa cada vez más descontralada subida de desaforada incontención anímica con los gorgoritos bien orquestados de los Perrunos en el Bohemian Rapsody.

Esa noche no puede por tanto resolver si fue antes el público (la gallina) o la banda (el huevo, que por mucho que se empeñen en gritar, no son una American Band si no que su vida tanto personal como de la otra se desarrolla mayormente en el más modesto Corredor del Henares)  pero sí pude comprobar que se puede hacer de todo con una copa en la mano. No obstante una noche de esas de "NoSinMiCopa" te puede salir cara oyendo canciones como el Whiskey in the jar puesto que el mismo tiende por regla general más a irse al floor que a quedarse propiamente en la jarrrrr.

En resumiendo: los Perro viejo son una banda de covers muy francamente cuyos conciertos pueden en ocasiones terminar en una desaforada demonstración por parte de la banda y del público de que la vida son dos días y al que no le guste que se quede parao o se peine patrás.  Pero ya se sabe, oiga, tal y como reza su web, "si usted se encuentra en una situación delicada, harto de la pachanga de las fiestas, del panorama discográfico o de los "hits" del momento, quizás pueda contratarlos". Eso sí, lo peor del concierto: que el baterista en un momento de distracción y debilidad por mi parte y muy a traición, cuando el concierto ya hacía horas que se había acabado y a los camareros ya no les quedaba más que barrernos los pies a ver si así nos íbamos a nuestra santa casa de una fukin vez, me llamó CHALÁ. ¿Chalada yo? Qué desfachatez.